2000. NOVIEMBRE

 

7 de noviembre de 2000

En el pasado me bloqueaba la muerte. Al no tener digerida la muerte –o interpretada, o situada dentro de un esquema general de las cosas- se producía como un efecto de demora, casi de obturación, en todo lo demás. Era como si me dijera a mí mismo: estoy aquí, he de morir, y no tengo intelectualmente resuelto el asunto, lo cual es como caminar con un inmenso cabo suelto pendiente de solución o, más bien, de decisión.

Mi crisis de 1962, aparte de neurológica, fue una crisis de muerte. ¿Por qué tomarse la molestia de escribir o de actuar si uno va a quedar engullido por la nada? Una respuesta posible es la siguiente: porque quien escribe e, actúa, crea o, en general, se interesa por las cosas –olvidándose de sí mismo-, no es uno sino lo absoluto que le posee a uno. Un planeamiento que tampoco se alcanza en un instante. En mi caso, me sometí a una nueva iniciación cultural. Lo he contado con algún detalle en Cuaderno amarillo, entrada del 11 de abril de 1993. Me influyó el taoísmo. Me enteré de que, desde hacía tres mil años, Oriente había generado una tecnología espiritual para enfrentarse al sufrimiento y a la muerte. Fui asumiendo las filosofías de la no-dualidad. Descubrí la retroprogresión. Advertí que había unanimidad en muchos sabios. Nisargadatta Maharaj: morir antes de morir es la mejor manera de perder el miedo. Alan Watts: liberarse del ego es sinónimo de aceptar la muerte. Teresa de Jesús, a sus hijas del Carmelo: “Si no os determináis a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haréis nada”. Y así comencé a resolver lo del “asunto pendiente”, y se hizo más libre, y más amplia, mi apertura a la realidad.

22 de noviembre de 2000

ETA asesina a Ernest Lluch. La noticia me afecta. Incluso, en la medida que soy capa de ello, me indigna. Lluch era un hombre dialogante, activo, inteligente, pugnaz, civilizado, buen polemista, el tono siempre sosegado, las ideas firmes. ETA lo asesina en un acto de perfecta irracionalidad: Lluch defendía, en contra incluso de la postura oficial de su partido, un acercamiento a los nacionalista vascos, la solución política al problema terrorista, la unidad de todos los demócratas, el diálogo… Lluch era un excelente conversador. Solíamos coincidir en las reuniones del Círculo de Economía. Recuerdo que últimamente él comentaba con alarma la baja productividad de España. A veces, en las susodichas reuniones, me pasaba discretamente notas manuscritas sobre temas afines al tema que se discutía. Sin ir más lejos, sobre la eutanasia y la ley de Sanidad por él creada. En fin, Lluch ha desaparecido escuetamente, irracionalmente, a los sesenta años de edad, en plena actividad, al regresar a su casa tras impartir su última lección como catedrático de historia de las doctrinas económicas. Lluch ha muerto.

Diario del anciano averiado. Páginas 50, 60 y 61

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