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1997. Marzo

 

12 de marzo de 1997

Hablo en el Hospital de San Pablo, tema eutanasia.

Comienzo recordando los principios de la ética médica: beneficencia, no-maleficencia, autonomía, justicia. Estos principios pueden entrar en conflicto, y establecer una jerarquía entre ellos es difícil. Pero ¿qué no es difícil? Aquella idea supuestamente progresista de que las cosas iban a ser cada vez más fáciles es falsa. Las cosas son cada vez más complejas e inciertas, y su tratamiento requiere cada vez más “arte”. En todo caso, hay consenso en abandonar el viejo paternalismo médico.

A continuación explico mi posición personal sobre el tema eutanasia.

Decía Arthur Koestler que la “eutanasia”, como la obstetricia, es una manera de superar un hándicap biológico”. Yo añadiría que la eutanasia voluntaria –y subráyese lo de voluntaria- es, ante todo, un derecho humano. Un derecho humano de la primera generación de derechos humanos, un derecho de libertad. Un derecho que se inscribe en el contexto de una sociedad laica y pluralista, en la que se respetan las distintas opciones personales, y en la que no se cree ya que el sufrimiento innecesario tenga ningún sentido.

El tema no es nuevo. (L dignidad del suicidio racional ya fue proclamada por estoicos y epicúreos, y por personajes tan ilustres y dispares como Sófocles, Séneca, Marco Aurelio, Tomas Moro, Montaigne, Hume, etc.). Lo nuevo es hoy un amplio clamor social, resultado de una mayor conciencia de los derechos del enfermo, de un envejecimiento de la población, y de que la misma medicina es capaz de prolongar la vida humana en condiciones muy poco humanas. Lo nuevo es que va aumentando la conciencia de que es un verdadero escándalo que nuestra civilización se niegue todavía a proporcionar los medios, precisamente civilizados, para evitar los estados de indignidad y tortura.

Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia voluntaria que con los adelantos de la medicina paliativa y del tratamiento del dolor el problema ya está resuelto. A esto hay que contestar que, en primer lugar, bienvenida sea la medicina paliativa y el tratamiento del dolor, pero… la última palabra y la última voluntad le corresponde siempre al enfermo. La vida no es un valor absoluto, la vida debe ligarse con calidad de vida, y cuando esta calidad se degrada más allá de ciertos límites, uno tiene derecho a dimitir. Además, la experiencia y las estadísticas confirman que, en las peticiones de auto liberación, tanto o más que el dolor físico cuenta el sentimiento de que uno ha perdido la dignidad humana.

Kant definía la dignidad (Würde) como “aquello que se encuentra por encima de todo precio”. La dignidad es un valor incondicional, un valor socialmente reconocido pero que se concreta individualmente. Sólo uno mismo puede determinar si su propia existencia tiene o ha dejado de tener dignidad. Por otra parte, cuidados paliativos y eutanasia no sólo se oponen sino que son complementarios. No debe haber eutanasia sin previos cuidados paliativos, ni cuidados paliativos sin posibilidad de eutanasia. Más aún, si el enfermo supiese que tiene siempre abierta la posibilidad de salirse voluntariamente de la vida, las peticiones de eutanasia disminuirían. Porque esta “puerta abierta” produciría un paradójico efecto tranquilizador: uno sabría que, al llegar a ciertos extremos, el horror puede detenerse.

En fin, quienes defendemos el derecho a morir con dignidad pensamos que el debate sobre la eutanasia ha alcanzado ya un punto irreversible de esclarecimiento y madurez. Pensamos que es hora de abordar este problema, ya que resulta notoria la pasividad que ha habido en torno al mismo. Ello es que al cabo de doscientos años de luchas sociales, luchas por la emancipación de las clases trabajadoras, derechos de la mujer, Tercer Mundo, pueblos de color, niños, homosexuales, etcétera, el tema de la muerte digna permanece inauditamente congelado. Entre otras razones porque la muerte ha sido, ciertamente, un tema tabú, y porque los moribundos no van a votar. Pero ha llegado la hora de levantar el tabú de la muerte y afrontar con lucidez la finitud humana. Ha llegado la hora de que los médicos se conciencien, las leyes se pongan a punto, y se conceda al ser humano la plena posesión de su destino.

Diario de Otoño. Páginas 158, 159 y 160.

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