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1994. Noviembre

 

 27  de noviembre de 1994

   Fuimos a Navarra, digo, y hablé en Pamplona, mesa redonda sobre la asistencia al enfermo anciano en situación terminal irreversible. Una mujer se me acerca al final de la sesión para decirme: “Qué gozada escucharle”. Pero yo cavilo que estoy ya bastante saturado de estos temas, la muerte digna, los enfermos terminales, los cuidados paliativos, el tratamiento del dolor, el testamento vital, los principios de la bioética. Además, y como decía Dürrenmatt, qué tiempos estos en que hay que luchar por lo que es evidente. (…)

    Por cierto que en el auditorio me presentaron al obispo, o arzobispo, no sé, creo que se llama Sebastián de apellido, un hombre de facciones muy redondas, que no mira a los ojos, y que apenas entreabrió la boca al saludarme. Mucho mundo no tenía el arzobispo. Lo que va de ayer a hoy: descubrimiento escueto de que lo que les falta a todos esos jerarcas de la Iglesia católica es, sencillamente, talla humana. Y talla intelectual. Quiero decir que, en términos generales, su nivel es bajo. Y muy baja también su sensibilidad religiosa o metafísica. Sucede como con los del Opus: entienden de economía y son laboriosos, impresionante el campus de la Universidad de Pamplona, pero qué déficit de profundidad religiosa y de inteligencia crítica, qué gente tan convencional.

Cuaderno Amarillo, Plaza & Janés, Barcelona, septiembre 2000, página 331.

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