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1994. Mayo

 

 14 de mayo de 1994

    Defendemos la articulación entre los valores de la vida y los valores de la libertad. (Por ahí discurre mi defensa del derecho a la eutanasia, que es un derecho de autodeterminación). (…)

 ¿La muerte?. “En nada hay que pensar menos que en la muerte”, decía (aproximadamente) Spinoza, y Savater suele citarlo. También dijo Wittgenstein que la muerte no es un evento de la vida, y unos cuantos siglos antes había proclamado Epicuro que mientras uno existe, la muerte no existe, y que cuando la muerte existe, uno no existe ya, de modo que ¿a qué preocuparse?. Imagino que Savater simpatiza con estas formulaciones. Además, el saber que uno va a morir refuerza la individualidad irrepetible de cada cual, y eso, la individualidad irrepetible de cada cual, y eso, la individualidad irrepetible de cada cual, es para Savater el valor supremo. Y no digo yo que no tenga razón: sólo pretendo ir más allá. A mi la muerte -aun sumiendo la sabiduría estoica y epicúrea- no deja de producirme una cierta <<exasperación de fondo>>, la cual me invita a trascender el ego. Trascender el ego equivale a que las piezas encajen de otro modo, superando las ingenuas pataletas de Unamuno.

     El caso es que Savater apuesta por la vida, la incondicionalidad nietzscheana de la vida, y es una opción sana y respetable. Pero ocurre que uno quiere ir más lejos, no hacia las fantasmagorías de las religiones tradicionales, sino hacia la experiencia (también vital) que permite trascender el ego. Uno también es individualista- y prueba de ellos es esa especie de teología libertaria que desde hace tiempo vengo tanteando-, pero uno ve la mística precisamente como la eliminación de la libertad. (…).

Cuaderno Amarillo, Plaza & Janés, Barcelona, septiembre 2000, páginas 247 y 248.

 

 

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