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2008. AGOSTO

 

24 de agosto de 2008

 

Nuria y yo llevamos treinta años, pero nunca he dejado de quererla. En algún momento pienso: es tristísimo pero, Nuria está ya muerta Y luego a: aunque muertos lo estamos todos. Especialmente los de mi generación. Y es extraño eso de estar ya muerto, es decir, desposeídos, de futuro, sin otra expectativa que la monótona continuidad de los días. Lo clásico es preguntarse en qué consistirá la nada que habrá que seguir a la muerte… Pienso en Mónica y en mi madre. También, en mi padre. Mi padre hindú. La irreversible peculiaridad de haber estado alguna vez vivos. ¿No despeja eso el camino para, de algún modo, volver a reunirse todos?

 

Adiós a casi todo. Páginas 232 y 233.

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